El atasco parecía interminable, miraba
el reloj y aquel arranca y frena no acababa nunca, no llegaría a la
reunión. Sus vecinos instantáneos reflejaban todo tipo de
emociones, angustia, relajación, desesperación, ansia por que aquel
embotellamiento acabase.
Respira un minuto y decide no mirar más
su muñeca. Cambia de sinfonía y suena “Voodoo, Voodoo” de
LaVern Baker, aquel soniquete le pone una sonrisa en la cara, gira su
mirada a la derecha y allí estaba ella, en su flamante todoterreno
negro, era de pelo moreno con una coleta atada con un gran lazo
blanco, gafas de pasta con tonos azulados, labios carnosos y bien
perfilados de color rojo interminable, vestía un blazer negro sin
cuello sobre una camisa blanca a la que le faltaban un par de botones
por abrochar. Le lanza una sonrisa fugaz a él y se gira para
arreglarse el pelo.
El piensa que aquel taponamiento no
está tan mal, la mañana ha mejorado, y que por lo menos tendrá
un buen día hoy.
Ella levanta suavemente su mano
izquierda, mirando al coche de delante, con el dedo meñique en alto,
lo introduce en su nariz, saca un moco y se lo come.
Vaya día de mierda
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