L


a oscuridad más obscura se cernía sobre él, el ceño fruncido a todas horas, la irascibilidad brotaba de su piel, berreaba a todo ser viviente.

Aferrado al volante, conducía con la mirada lineal, se sentía cansado, desesperado, estaba hasta los mismísimos cojones de ver y escuchar las mismas tonterías y de ver que no podía avanzar.

El semáforo se puso en ámbar, aporreaba el claxon con los dos puños, blasfemaba por aquel individuo que decidió parar su camión en vez de acelerar.

El camionero, un hombre grande de unos 105 kg, bajó de su cabina con su gran barriga por delante, se remangó la camisa a cuadros y se dirigió a la ventanilla de aquel irritante ser.

Golpeó suavemente la ventanilla y le indicó que la bajara, él con cara de pocos amigos y con ganas de gresca lo hizo a la vez que se desabrochaba el cinturón, el camionero lo agarro con ambas por la pechera lo sacó por la ventana y lo mantuvo unos segundos en el aire. Sin mediar palabra el enorme barrigón estaba junto a él, y aquellos dos grandes brazos peludos se abalanzaron a gran velocidad y le dieron el abrazo más tierno que en mucho tiempo había recibido, toda la ira, toda la oscuridad más obscura desaparecieron, aquel instante fue el rayo de sol que necesitaba.

@_carlossaez